Hace justo una semana que
la Asociación de Amigos de Chiloeches, a través de mi buen y gran
amigo Braulio, me invitaron a dar el Pregón de Navidad en el
comienzo de estas entrañables fechas. Y sin dudarlo ni un minuto
dije que sí porque me parecía increíble poder anunciar el
nacimiento del Niño Dios. Y ahí estuve pregonando la Navidad.
Rápidamente empezaron a
rondar por mi cabeza pensamientos de cómo enfocar un pregón de
Navidad. De repente empecé a pensar en la familia, esa familia que
ahora se reune en torno a las mesas pero de la que nos damos cuenta
que es el motor de nuestras vidas, que nos acompaña allá dónde
vayamos.
Tampoco pude olvidarme de
los niños que están deseosos de que vengan los Reyes Magos a
traerles infinidad de juguetes, y para los que prepararán roscón y
vino, y agua y pan para los camellos. Y tampoco me olvidé de los que
ya no están, de esos que nos han acompañado durante mucho tiempo y
de los que ahora solo tenemos recuerdos. Y tampoco me olvidé de los
que pasarán la Navidad en centros hospitalarios u otro tipo de
instituciones con la compañía siempre de profesionales que ya son
parte de ellos.
Pero este año
inevitablemente tenía que acordarme de los que más necesitan, de
esos que por desgracia están sin trabajo, sin dinero, sin familia,
sin alimento... pero hay esperanza, tiene que haberla. Tenemos que
empezar a vivir a través de nuestros valores, reflexionando en qué
hacemos y cómo lo hacemos.
Cada día debe ser tan
especial como cuando de niños queríamos regresar al colegio después
de vacaciones para estar con nuestros amigos, o como nos enamoramos
por primera vez. Cada día deber de ser especial. No somos perfectos
pero podemos trabajar día a día para ser mejores. Navidad es un
buen momento para empezar.